domingo, 11 de julio de 2010

Don José y las muelas picadas

Nunca le habia dado real importancia al término filofasía. Me parecia un juego de palabras divertido. Era una actividad que soliamos hacer con amigos, de noche o de tarde, bajo los efectos poderosos de dicha flor. Sonaba mejor que hacer filosofía barata. Y era más productivo, claro.
Pero cuando lo conocí a Don José empece a tomarlo en cuenta más seriamente.
Don José, estaba sentado en una esquina con un perro y un cartón de vino. Yo pasaba por ahi, casi de casualidad, ya que aquel no era mi barrio. No se si me habrá visto cara de fumón o si tenía la certeza de los sabios, pero me pidió un papelillo. Yo accedí, claro. Cuando no tengo faso, salgo con papelillos para poder ingresar al mundo del trueque: el papelillo por un par de secas. Ese día andaba con tiempo, asi que le propuse el intercambio. Don José me miró fijo (imposible olvidar esa mirada, mezcla de angustia, desolación y libertad) y me aclaró que el hecho de convidarle un papelillo no me daba el derecho de fumar de su marihuana. Pero que sí, que me convidaba, porque él quería, no porque se sienta en una obligación moral.
En ese momento me dió miedo. Y me cayo antipático. Soy de una generación que convida marihuana cuando hay y que pide cuando no hay. Pero tampoco tuve el valor de decirle no, ahora no me quedo, no sabía como podía llegar a reaccionar y aparte tenía muchas ganas de fumar.
Mientras el brillo de nuestros ojos comenzaba a saturar, Don José mostró su primer sonrisa. Yo justo estaba mirando para ese lado por lo que pude ver que a Don José solo le quedaban dos dientes. Y no quise mirar más. El sabio lo percibió y me dijo, asi como si nada, que los había perdido por amor. No entendí de que me hablaba y nunca sospeché que su intuición era capaz de adivinar a donde depositaba uno la mirada. Claro está, todavía no lo conocía. Y además no entendia que tenian que ver los dientes con el amor. Entonces, sin que yo le pregunte absolutamente nada, dijo: - Tienen mucho que ver, m`ijo. En cada pena de amor que sufrimos, se nos pica una muela-. Yo rocé con mi lengua algunos agujeros que tenía en la dentadura y traté de hacer memoria. Él preguntó si me había enamorado muchas veces. -Las suficientes como para tener algunas muelas picadas- le respondí.
Don José se tragó la tuca. Y dijo algo que no entendí. Yo sospeché que habia llegado el momento de despedirnos. Me dió su mano y me recordó que le debía unas secas y que pase cuando quiera. Desde ese momento me prometi ir a verlo cada tanto y entendí, rápidamente que este tipo era un sabio.
Me volvi a casa, contando mis huecos dentales. Eran 6. Y también nombré a  Lorena, Claudia, Nancy, Liseth, Cintia y la colorada esa que me hizo llorar en la primaria.

1 comentario:

  1. che loco, como q te quiero poner en los que leo, en mi blog y no puedo, porqeeeee?

    ResponderEliminar